sábado, 12 de abril de 2008

El poder de lo simple (tomado como sencillo)

Harto ya de estar harto de tener el mismo teléfono móvil desde hace tres años (sería de los pocos que no había renovado terminal en estas últimas navidades) y sucumbiendo a uno de los instintos primarios más básicos del ser humano: la envidia, decidí darme una alegría y adquirir un nuevo teléfono. Encaminé mis pasos hacia "The Phone House" y allí me encontré haciendo cola detrás de cinco o seis personas, todas menos una de condición extranjera. Después de veinte minutos, me llegó el turno y expuse a la señorita del mostrador mis deseos: un terminal lo más sencillo posible, sin necesidad de cámara fotográfica y con un único requerimiento, Bluetooth, para poder conectarse al "manos libres" del coche. Y allí estaba lo que me estaba destinado, el Nokia 2630 con un precio que entendí bastante accesible tal y como están las cosas: 99 eurones. Pero en ese instante hice una solicitud que no sabía yo que me traería una cantidad de cuestiones colaterales tal que casi me hacen desistir de mi intención original. La pregunta en cuestión fue el traspaso de la agenda de mi actual teléfono al nuevo, tema que la dependienta solucionó copiando esa agenda a la tarjeta telefónica. Bien, eso ya lo sabía hacer yo solito y si no lo había hecho era porque:
1º Tenía en mi listín telefónico más de 200 registros que es el tope de capacidad de la tarjeta telefónica.
2º Cuando se copian datos a la tarjeta, los nombres son cortados porque ésta no soporta más que 12 caracteres.
Ante este problema, se me presentó la única solución: venderme un terminal Bluetooth para el ordenador y así a través del programa gratuito "Nokia PC Suite" podría intercambiar los datos entre los dos teléfonos. Así hice, pero decidí posponer la compra del teléfono nuevo hasta comprobar que podía sacar los datos del antiguo. Y vaya si pude sacar los datos (me costo, pero lo conseguí), mas lo peor de todo es que en la página web de Nokia descubrí muchos más teléfonos (más caros, sí, pero también más chulos) y cada uno de ellos me parecía poco para mí, pues, al fin y al cabo, si un rumano, moro o similar, se podía comprar un teléfono de 150 o 200 euros, no iba yo a poder comprarme uno de 300, 400 ó incluso 600 €. El final del día me llegó haciendo una lista de cinco productos desde el primero de 99 euros hasta el último de 55o, una gozada de diseño y compendio de funcionalidades de las que realmente necesitaba tres: hablar, mensajes y el ya mencionado Bluetooth.
Al día siguiente, me dirigí nuevamente a la citada tiendecita de marras y tras esperar mi turno nuevamente, expuse mi solicitud a la señorita dependienta: quería ver fisicamente los cinco terminales para examinarlos más de cerca. Lamentablemente (o afortunadamente), los dos más caros no los tenían en stock (era de suponer), el tercero no me gustó por su tamaño excesivo y el segundo era de color rosa, por lo que decidí quedarme con el primero, más barato y sencillo de todos. Ahora que lo tengo un día, reconozco que he acertado de lleno con la compra, pues el móvil colma más que de sobra todas mis necesidades de comunicación: llamar y contestar, y además es muy liviano y delgado. Pero, cuando repaso todo el proceso que me llevó finalmente hasta él, me doy cuenta de que estuve a punto de gastarme una cantidad importante de dinero en algo que no necesitaba. He aquí retratado a nuestro amigo el "consumismo".

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